Madrid
El Madrid de los años cincuenta tenía un
encanto muy especial que me fascinó desde que bajé del tren que venía de San
Sebastián. Madrid era una ciudad pequeña para lo que ahora conocemos pero llena
de estímulos y de lugares interesantes.
Comencé a trabajar pintando carteles de cine
pero pronto me puse a hacer dibujos y caricaturas como hacía en París. Me
instalé en la calle de Hortaleza, cerca de la Gran Vía y pronto me compré una
buhardilla con un ventanal desde el que se veían los tejados, iglesias y
chimeneas humeantes de media ciudad.
En aquel pequeño estudio, un quinto piso sin
ascensor que subíamos corriendo para no aburrirnos, fui muy feliz con mi mujer
y mis dos hijos. Tenía un estilo un poco parisino y mientras yo pintaba, mi
mujer hacía la comida y mis hijos primero jugueteaban y después estudiaban,
siempre estudiaban.
El barrio era muy simpático. Recordaba un poco
a alguna zarzuela conocida por su ambiente animado y lo castizo de sus
comercios y su gente. Nos conocíamos todos y, a pesar de estar en el centro de
una gran ciudad, las calles eran muy tranquilas, así que el sereno no tenía
demasiado trabajo. A veces había acontecimientos típicos con perritos y burros
a los que bendecía el cura del colegio de San Antón de enfrente de casa.
Por el día pintaba, pero por las noches tenía
que seguir dibujando, por lo que me acercaba a las zonas de ambiente en las que
realizaba mis retratos. Sin embargo en Madrid no había un sitio parecido a
Montmartre, ni el turismo internacional de París que llenaba toda la ciudad,
así que me tuve que buscar la vida en los lugares que tenían un modo similar a
mi forma de afrontar la vida. Mi buena estrella me guió a un sitio encantador
que iba a ser muy importante para mí. Ese sitio era un bar de la calle del
Príncipe llamado Las cuevas de Sésamo,
mi centro de operaciones. Se trataba de un establecimiento muy conocido y
transitado en Madrid, por donde pasaban muchos artistas y personajes de la
intelectualidad madrileña, escritores ilustres y actores que acudían allí una
vez terminada la función. Incluso venían muchas personalidades internacionales.
Recuerdo que hice algún retrato a actores famosos que estaban rodando películas
en España como Omar Shariff o Stephen Boyd.
En Sésamo recuperé de alguna manera mi vida parisina,
especialmente porque el local lo amenizaba un pianista excepcional, Manolo
Vázquez Amor, que tenía el detalle de tocar canciones francesas de moda, como Milord o La Mer, en cuanto me veía bajar por las escaleras del local.
Tenía cierto sabor filosófico, con una
atmósfera decadente y mesas siempre animadas por poetas y músicos, que
invitaban a dibujar y a que, a su vez, la gente se desinhibiese y se dejase
pintar, cosa muy difícil en la España de aquella época, tan rancia en todos los
aspectos. De hecho yo ya había intentado hacer retratos en la calle sin ningún
éxito, por ejemplo en Zaragoza. El ambiente social no permitía este tipo de
originalidades y solo en bares tipo Sésamo
o Gayango, podías encontrar un
clima más permisivo para poder hacer
esos dibujos que la gente no se hubiera hecho en ninguna otra parte.
Mi actividad artística se desarrolló mucho en Sésamo así que durante el invierno
trabajaba en Madrid y en verano en París. Fui tan fiel a aquel ambiente que
aparecí dibujando en la película de Marco Ferreri, El Pisito, detrás de José Luis López Vázquez y de Mari Carrillo
bailando cansinamente y esperando a que se muriera aquella anciana de la
película para poderse casar.
Otro tugurio entrañable e irrepetible era el
bar Granada, con un acordeonista que también animaba el clima desenfadado del
local. Allí me juntaba con mis amigos varias veces por semana, antes o después
de ponerme a dibujar. Tanto el dueño como sus hijos éramos una gran familia y
me dejaron poner en la entreplanta mis cuadros. Desde aquel momento la gente
empezó a subir para hacer largas tertulias. Nuestro ambiente se contagió, y el
bar empezó a tener cierto éxito incluso para los extranjeros que pasaban por
Madrid, así que pronto aquello se llenó de americanos que tomaban whiskies. Antonio, el dueño, no se lo
podía creer, y nos prohibió echar nuestras partiditas habituales para dar paso
a la clientela. Hasta Charlton Heston me compró un cuadro cuando estaba rodando
El Cid. No se trataba de un bar
elegante, pero tenía duende.
Pintando y pintando en mi estudio empecé a
hacer exposiciones y a dejar de ir por las noches a hacer dibujos, pero como
seguía teniendo un espíritu noctámbulo, pintaba en casa hasta altas horas de la
madrugada. Cuando mis hijos se iban haciendo mayores me acompañaban estudiando
mientras pintaba, escuchando a José María García por la radio o programas de
música hasta las dos de la madrugada. Años después nos mudamos a un piso más
grande con condiciones mejores pero repetí el mismo esquema noctámbulo.
El Hotel Castellana
Hilton de Madrid
Aunque ya había hecho varias exposiciones en
Madrid y me conocían por mi pintura, yo quería ser independiente y no ligarme
en exclusiva a ninguna galería de arte. Prefería ir de por libre así que cogí
un pequeño local situado en el Hotel Castellana Hilton de Madrid, que era uno
de los más importantes de la ciudad, especialmente para el turismo
estadounidense.
En aquella época España estaba de moda para
los norteamericanos y además se filmaban muchísimas películas en las cercanías
de Madrid, y todos los actores célebres se hospedaban en el Hilton. Por el
vestíbulo deambulaban personajes tan famosos como Ava Gardner, o David Niven,
así que había un ambiente extraordinario. El alma de aquella galería era Carmen,
que casi todos los días llegaba a casa con la noticia de haber vendido algún
cuadro, lo que celebrábamos todos juntos cenando fuera y yendo al cine del
barrio después de soltar un yupi de
alegría. Aquello duró varios años y supuso una manera de vivir de mi pintura
sin ataduras y sin tener que dibujar retratos. Además me sirvió para mantener
contactos artísticos muy importantes, especialmente americanos.
Buenas tardes;
ResponderEliminarSoy María, la hija de Agustina a la que usted dibujó en 1958, en el Gayango.
Mi madre falleció el pasado domingo, en Bilbao. Y esta je colgado el retrato que usted le pintó, en el salón de mi cas en Canarias.
Gracias por captar su imagen que me ha acompañado y me acompañará siempre.